Las instituciones democráticas y los liderazgos públicos se encuentran estrechamente ligados e involucran la toma de decisiones en el ámbito público para lograr los objetivos del bien común y/o bienestar general. La democracia es un sistema político que basa su legitimidad en la participación activa de los ciudadanos a través de elecciones libres y justas de manera periódica junto a otros mecanismos más actuales de participación. Por su parte, el liderazgo público hace referencia al conjunto de habilidades, atributos, competencias y cualidades que deben poseer las personas que ejercen cargos públicos para tomar decisiones y llevar adelante actos de gobierno.

Es importante que el líder tenga una conexión cercana con sus ciudadanos, creando canales abiertos y transparentes de comunicación.

En las democracias modernas, las personas designadas para ocupar lugares de liderazgos son elegidas por votación popular, tanto en el ámbito de los poderes ejecutivo y legislativo, para tomar las riendas del gobierno durante un período determinado de tiempo establecidos por la carta magna. Durante ese mandato, las/los líderes deben ejercer su cargo y desempeñar sus tareas desde la eficacia, eficiencia y efectividad para trazar la hoja de ruta. Es importante que este líder tenga una conexión cercana con sus ciudadanos, creando canales abiertos y transparentes de comunicación y facilitando todas las instancias de participación. De esta manera, el líder puede escuchar las necesidades y deseos de su pueblo, permitiendo una correcta toma de decisiones basadas en la realidad. 

Al mismo tiempo debe ejercer su función con un alto compromiso desde la vocación de servicio, la ética y la integridad pública, teniendo presente que el “Principio de ética pública e integridad consiste en la observancia de valores y el deber de los servidores públicos de actuar con rectitud, lealtad y honestidad, promoviendo la misión de servicio, la probidad, la honradez, la integridad, la imparcialidad, la buena fe, la confianza mutua, la solidaridad, la corresponsabilidad social, la dedicación al trabajo en el marco de los más altos estándares profesionales, el respeto a los ciudadanos, la diligencia, la austeridad en el manejo de los fondos y recursos públicos, así como la primacía del interés general sobre el particular” (CIGA, CLAD 2016: 9).

Así quienes lideran desde los cargos públicos deben ser capaces de inspirar a la ciudadanía a través de sus palabras, pero especialmente desde sus acciones, predicando con el ejemplo, teniendo muy presente que es uno más de los ciudadanos, pero que tiene en su rol de dirigente una responsabilidad pública que se transforma en un espejo para la sociedad. Un buen líder no sólo tiene la capacidad de resolver problemas y tomar decisiones, sino que también debe ser capaz de interpretar y transmitir la visión conjunta en consonancia con sus ideas y proyectos para el progreso de la población. Uno de los aspectos claves de un buen liderazgo público sano y comprometido es la transparencia y la rendición de cuentas, que debe ser uno de los pilares centrales del ejercicio de la función pública y una de las condiciones necesarias para el ejercicio de dicho liderazgo.

Un líder público efectivo debe ser capaz de trabajar en equipo y colaborar con otros líderes para tomar decisiones inteligentes.

Otro aspecto central para el fortalecimiento y funcionamiento de la democracia consiste en que quien lidera debe hacerlo desde el apego y el absoluto respeto a la ley y la Constitución, y siempre tener en cuenta el bienestar a largo plazo para todos los ciudadanos, incluso cuando esas decisiones puedan tornarse impopulares o difíciles por su impacto mediato. Tal es así que aunque parezca una utopía y a fin de no caer en la demagogia, el conjunto de líderes públicos que se desempeñan en todos los niveles del Estado deben tener claro que aún las decisiones poco simpáticas o de grandes transformaciones para afrontar crisis o establecer cambios para mejoras futuras en busca del buen vivir de la sociedad son parte del devenir de su tarea constante, aún a riesgo de perder popularidad e incluso una próxima elección.

Un líder público también debe ser capaz de trabajar en equipo y colaborar con otros para tomar decisiones inteligentes, más allá de sus pertenencias partidarias y/o concepciones ideológicas. La democracia exige un permanente diálogo respetuoso y constructivo que permita lograr consensos y acuerdos para los grandes temas que la sociedad demanda y que, en definitiva, deben constituir la agenda de Estado de políticas públicas más allá del gobierno de turno. La colaboración y el diálogo son elementos fundamentales para el éxito del liderazgo público, especialmente en situaciones de crisis y como un supuesto central del sistema democrático.

Consensos para grandes políticas de estado

En su breve historia como Nación, Argentina presenta muchos ejemplos de acuerdos y consensos que derivaron en grandes políticas de estado y permitieron el progreso y desarrollo de nuestro país. Un claro ejemplo es la temprana apuesta por la educación: en Argentina es reconocida como un derecho universal y el Estado es el encargado de asegurar la igualdad, gratuidad, laicidad y el libre acceso a todos los niveles del sistema educativo y para toda la población. Tal es así que las personas migrantes y/o de diferentes nacionalidades que habitan nuestro suelo tienen el mismo derecho que las nacionales para acceder a la educación. 

La Ley Nº 1420 promulgada el 8 de Julio de 1884 constituye la piedra basal del sistema educativo argentino y su eje fundamental se centró la en gratuidad y obligatoriedad escolar con el objetivo de que la escuela fuera un medio de transformación y desarrollo social al alcance de los niños y niñas de todo el país. Sin duda fue uno de los grandes acuerdos y un gran acierto de los líderes públicos de aquel momento, no exentos de grandes debates que tuvieron como tema central de confrontación la laicidad y la incorporación de contenidos religiosos en los programas escolares, debates que finalmente fueron saldados en el ámbito del poder legislativo cumpliendo el Congreso el rol central que el sistema democrático le asigna para el debate de los grandes temas sociales.

Este ejemplo de nuestra historia es una clara muestra de que el liderazgo público también implica trabajar para reducir las desigualdades sociales, de tal forma que los líderes deben asegurar que todas las voces sean escuchadas y evitar la discriminación y la exclusión social.

También es fundamental que el líder público sea capaz de ser empático y comprensivo hacia las necesidades de su comunidad, siendo consciente de las circunstancias individuales y colectivas por las que atraviesan los ciudadanos y ciudadanas, debiendo mostrar empatía con aquellas personas que están pasando momentos difíciles. Su obligación es trabajar arduamente para encontrar soluciones efectivas a esos problemas, de allí la importancia de la cercanía entre el líder y sus representados. Así uno de los aspectos más importantes del liderazgo público es la honestidad: quien lidera debe actuar con integridad y transparencia, manteniendo siempre una base moral sólida, en tanto la confianza del pueblo es fundamental para cualquier democracia sana, por lo que un líder debe trabajar por mantenerla de manera constante.

En conclusión, los liderazgos públicos ejercidos bajo las premisas descriptas son un elemento fundamental en cualquier democracia exitosa. Y precisamente el éxito de quien lidera depende no solo de su capacidad para tomar decisiones acertadas y trabajar en conjunto con el resto de dirigentes de todos los ámbitos, ideas y colectivos sociales, sino también de su capacidad para inspirar y conectar con su pueblo, mostrando empatía, transparencia, compromiso genuino, honestidad y vacación de servicio público como guías indubitables de sus decisiones y acciones en el marco de la democracia.