La vida institucional de Argentina durante el Siglo XX estuvo marcada por cinco décadas de turbulencia e inestabilidad política. Gobiernos democráticos –con autoridades constitucionalmente electas– eran sucedidos una y otra vez por gobiernos de facto, que llegaban al poder después de maniobras que terminaban en golpes de estado. Esto fue lo que le sucedió al presidente Arturo Illia. La mañana del 28 de junio de 1966 un grupo de militares se hicieron presentes en el despacho presidencial y lo amenazaron con el uso de la fuerza para consumar su derrocamiento. El Presidente salió caminando de la Casa Rosada y, al día siguiente, fue reemplazado en sus funciones por el general Juan Carlos Onganía. 

Los años de gestión de Illia –breves pero intensos– estuvieron marcados por la defensa de la democracia, la austeridad y la transparencia, desarrollando fuertes líneas de trabajo vinculadas a la salud y la educación. En materia universitaria, su gobierno se caracterizó por adoptar los principios de la reforma universitaria de 1918, promoviendo la libertad académica y respetando la autonomía universitaria, lo que permitió que los científicos pudieran llevar a cabo sus investigaciones sin restricciones políticas o ideológicas. Era conocida su cercanía y amistad con investigadores y científicos de la talla de Bernardo Houssay y Federico Leloir, ambos galardonados con el Premio Nobel de Medicina. Este último dijo: “la Argentina tuvo una brevísima edad de oro en las artes, la ciencia y la cultura: desde 1963 a 1966”.

Ese Gobierno fue interrumpido por el Golpe de Onganía y tanto la autonomía de las universidades como la libertad de científicos e investigadores fueron cortadas de cuajo con un episodio que pasó a la posteridad, escribiendo una página negra en la historia nacional. El 29 de julio de 1966 decretaron la intervención de las Universidades Nacionales, designando autoridades de facto y suspendiendo el cogobierno y la autonomía universitaria. Ante ese hecho, medio millar de estudiantes y docentes de la Universidad de Buenos Aires empezaron a reclamar contra lo que consideraban un atropello inaceptable. La respuesta fue tan violenta como contundente: esa noche, grupos de choque respaldados por la dictadura irrumpieron en las aulas y pasillos de cinco facultades de la UBA, armados con bastones y palos largos, golpeando brutalmente a estudiantes, docentes y personal universitario.

La brutal represión de La Noche de los Bastones Largos dejó un saldo de numerosos heridos y detenidos, y marcó un punto de inflexión en la historia nacional. La dictadura de Onganía intervino todas las universidades, destituyendo a profesores y autoridades disidentes y controlando férreamente la actividad académica y la investigación científica. Esto dejó una profunda cicatriz en la comunidad universitaria y en la sociedad en general: además de afectar la libertad de pensamiento y la autonomía universitaria, provocó la expulsión y el exilio de reconocidos académicos y científicos, afectando negativamente el desarrollo académico y científico de la Argentina.

A 57 años de este episodio, es importante recordarlo como una advertencia de los peligros del autoritarismo, aprovechando la ocasión para reafirmar la importancia de la democracia y la autonomía universitaria, consagrada en el Art. 75 inciso 19 de nuestra Constitución Nacional.