Desde hace cinco años, más o menos, en las editoriales y librerías volvió a estar de moda la obra de Stefan Zweig, uno de los intelectuales más importantes del mundo en la etapa previa y posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Zweig nació en Viena, que era la capital del amplio Imperio Austro-Húngaro en 1881. Hijo de un importante empresario textil y de otra familia de banqueros, murió por suicidio y desesperanza en Petrópolis, Brasil, junto con su segunda mujer, el 22 de febrero de 1942. La casa donde vivía lleva el número 34 bajo el nombre de Goncalves Días.

En una de las paredes colgaba la reproducción de un poema de Camões, poeta del renacimiento portugués, que decía "Ay, si al menos un pliegue de la esfera terrestre fuera segura para el hombre". Para esa fecha había comenzado la matanza sistemática de judíos.

Un año después, a comienzos de 1943, las tropas rusas vencieron a las alemanas en la batalla de Stalingrado y la guerra (el gran peligro) se revirtió. Los ejércitos de la URSS iniciaron desde allí el contraataque, ganaron la batalla de tanques de Kursk y arremetieron hacia Berlín que finalmente conquistaron en 1945 a un costo de 25 millones de personas entre soldados y civiles. 

Fue el final de un largo itinerario, fugado de la persecución nazi que definía sus escritos como "no arios", los cuales fueron tirados a la hoguera por estudiantes y militantes antes del conflicto armado.

Escapando, alcanzó a llegar a París. De allí pasó a Inglaterra. Luego a Estados Unidos, República Dominicana, Argentina, Uruguay y finalmente Brasil. Ya conocía Buenos Aires, donde tenía amigos de un viaje anterior. En los hechos, Zweig, hombre de riqueza material, viajó cuanto pudo. En 1910 fue a la India, recorrió Europa, Rusia y en 1913 se radicó en Salzburgo. Ideológicamente participaba de la visión humanista y antibélica: había un clima xenófobo extremo en el viejo continente, cuestión que le generaba una inquietud muy especial, junto a otros intelectuales. 

Al desencadenarse la Primera Guerra Mundial, Zweig, no apto para el combate, trabajó en las oficinas militares del Imperio para refugiarse apenas pudo en Suiza, donde trabó amistad con Hermann Hesse y el escritor alemán Thomas Mann

¿Por qué la importancia de Zweig ahora? Por su obra y su pensamiento, soñador de una Europa unida, contra los localismos, antibelicista, decididamente humanista.

Indudablemente estos tiempos, con un futuro que algunos imaginan complejo y difícil, imponen otra vez sus trabajos. La pandemia viene a cabalgar sobre gobiernos autocráticos en Europa, represores y enemigos de pensamientos humanistas y de solidaridad.

Zweig representó al antibelicismo, al diálogo entre contenedores, no la batalla. Recibido como Doctor en Filosofía y con cursos de Historia Universal, admirador y amigo personal de Sigmund Freud (a quien le regaló una colección impecable de cartas de Mozart a sus padres, hermana y amigos), con los años mantuvo estrecha amistad con Máximo Gorki, Romain Rolland, Albert Einstein, Rainer María Rilke, Auguste Rodin, Arturo Toscanini y Joseph Roth (a quien mantuvo económicamente largo tiempo). Del mismo modo, fue traductor al alemán de la poesía de los franceses Paul Verlaine y Charles Baudelaire. 

Como periodista viajero aprovechó sus visitas a archivos y redactó numerosas y memorables biografías. El pico de su éxito lo alcanzó en 1927 con su obra "Momentos estelares de la humanidad", justo cuando se encrespaban los ánimos en Alemania por la obligación de pagar abultadas indemnizaciones a los aliados vencedores de la Primera Guerra Mundial.

Se destacan entre sus investigaciones María Estuardo, Dostoievski, Erasmo de Rotterdam, Fouché, Balzac, Magallanes, Verhaeren, Rilke, Casanova, etc.

Además se conocieron obras de teatro que nunca pudo estrenar y hasta un libreto de ópera que aceptó el músico Richard Strauss pero que solo duró en escena, en 1935 y por presión de las autoridades, no más de una semana. Este episodio motivaría, años después, un artículo de la analista política Hannah Arendt criticando esa actitud de Zweig porque la consideró humillante de su parte en tiempos de hitlerismo.

Su libro póstumo es "El Mundo de Ayer", su autobiografía publicada en 1950, años después de su ingesta de veneno, fue reeditado en varias oportunidades. La descripción de sus vivencias es uno de los mejores sondeos del modo de vida de la burguesía vienesa a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. 

Recuerda al compositor Johannes Brahms, quien siempre visitaba a su amigo, el padre de Zweig, y a todos los personajes e intelectuales, escritores y pintores en esa capital, un poco decadente y corrupta entonces. El "tiempo" que reinaba en sus primeros años, dice el autor, era el "silencio". Y era más lento con la música que sonaba en los relojes de pie: Tic-Tac.

En su casa no se podía correr subir ni bajar las escaleras a toda carrera. Todo era "más lento, pero más cercano entre los hombres". Aquello quedó hecho cenizas con la Primera Guerra Mundial y el desprecio por las instituciones liberales. Zweig fue un enemigo sistemático de la Alemania del Kaiser, pese a compartir el mismo idioma maternal. 

Sus últimos años fueron de exilio persistente. Este estado de ánimo se reproduce muy bien en la película reciente "Stefan Zweig-Adiós a Europa", dirigida por María Schrader.

El suicidio era su obsesión. Muchos de sus protagonistas ponen fin a sus días de forma voluntaria. El dato tiene relevancia porque él se identificaba con sus personajes.