Groenlandia es una isla gigante (la más grande del mundo) que ganó el status de "colonia de Dinamarca" en 1814, pero desde un referéndum en 2008, basado en otra consulta popular de 1974, estableció su autonomía, con gobierno propio. Su capa de hielo es siete veces el territorio de Gran Bretaña y tiene un espesor de entre 2 y 3 kilómetros en algunos sitios.

Tomó relieve político y económico cuando Donald Trump desde Washington, en 2019, propuso "comprarla" y se dirigió para ello al gobierno de Copenhagen. Ofrecía 100 millones en oro.

Parecía uno de los tantos caprichos del entonces presidente norteamericano. El gobierno de ese país chico pero arrogante le contestó que "no" de manera terminante. ¿Qué se proponía Trump? Primero, ampliar América del Norte y en segundo lugar, la abundante pesca y luego eventuales reservas petróliferas. No se sabe si lo hizo para irritar a Vladimir Putin, de Rusia, que quiere ganar nuevos dominios y quedarse con el mayor espacio del Ártico, o por decisión personal.

Quizás pesaron los intereses de las empresas petroleras en búsqueda de exploración. La isla tiene un importante valor estratégico  para disparar cohetes nucleares hacia el este del planeta y, al mismo tiempo, también Rusia para situarse cerca de Estados Unidos y Canadá.

Groenlandia es también un destino turístico y, al mismo tiempo, es potencia exportadora de bacalao, trucha, distintos tipos de pescados que no abundan en el mundo, cangrejos de nieve, camarones y gambas e importantes manadas de corderos y renos. Desde un criterio ecologista, los científicos advierten la pérdida cada año de millones de toneladas de hielo. En 2019 la capa perdió el hielo suficiente como para elevar el nivel medio del Atlántico en más de un milímetro.

La superficie de algunos glaciares caía hasta un metro cada mes. En algunos pocos años la superficie de la capa de hielo se habría achicado 100 metros. Sorprende a los técnicos que muchos glaciares de Groenlandia están obscureciéndose por un proceso biológico: algas y plantas muy pequeñas florecen en el hielo que se derrite, por la luz del sol. Aunque la masa de hielo parece inmóvil, duplica su velocidad de derretimiento en verano.

Estados Unidos y Dinamarca han enviado científicos de distintas disciplinas con una amplia red de sensores para registrar detalles de la altura de la superficie y los procesos que llevan a convertirse en agua. En la isla viven 56.000 groenlandeses en comunidades encaramadas en una estrecha franja de tierra casi en el borde de la capa de hielo. Las predicciones no son optimistas.

La isla almacena tanta agua congelada que si todo se derritiera elevaría el nivel del mar en todo el mundo hasta unos 7 metros. Bien podría ser el argumento de libros o una película apocalíptica.

Las imágenes de los satélites mostraron en 2019 la ruptura de la última gran plataforma de hielo de la isla. Los científicos del Servicio Geológico de Dinamarca y Groenlandia, conocido por su sigla GEUS, están atentos y nerviosos por los potenciales peligros. Le atribuyen, por eso, gran importancia a Groenlandia y el destino de los medios de vida que ya están afectados por por el crecimiento de las aguas.

En los últimos 30 años, década tras década, la tendencia ha sido el desprendimiento de grandes masas de hielo en bloques que flotan como icebergs y se derriten gradualmente. Se han perdido cientos de miles de millones de toneladas de hielo. Si este fenómeno sigue adelante puede quedar expuesta la base nuclear de Estados Unidos, enterrada hace un tiempo, en los años de la Guerra Fría. Todo este proceso de derretimiento es a causa del calentamiento global denunciado en numerosas oportunidades.

Los investigadores están "asombrados" por la aceleración del derretimiento y temen por el futuro de las ciudades importantes y ya establecidas que se ubican en las costas de todo el mundo.