Si bien todavía no está claro el suceso, la "devolución" en un centro urbano del país de dos chicos de Guinea adoptados, cumpliendo todos los requisitos, ha logrado su impacto en la opinión pública. La razón de la movida fue que los infantes "son hiperactivos" y la persona que oficiaba de madre padece trastornos psicológicos. Se aclaró que esa pareja (papá y mamá) los fueron a buscar a África y convivieron con los hermanitos a lo largo de una semana larga. Fueron transportados a otro entorno, otra geografía, otras relaciones humanas.

Esta historia ha favorecido el recuerdo de otros incidentes de fracaso. Los tres últimos siglos dan cuenta de situaciones incomprensibles. En la época del Imperio Británico o del Imperio Belga o del francés, el holandés y el alemán los colonizadores llevaban nativos de sus colonias a Londres o Ámsterdam para que por las buenas o por las malas se "hicieran" británicos o hombres de los Países Bajos. En la mayoría de los casos las intenciones fracasaban: bajo la extrema tensión de ser implantados en otro mundo, otras costumbres, los niños crecían pero con grandes problemas psicológicos.

Otras veces esas capturas fueron mucho más violentas: está el caso de los europeos dueños de las expansiones territoriales que colocaron africanos en circos o en zoológicos para los europeos que paseaban un fin de semana los escrutaran como una nueva especie animal.

Era una variante de la esclavitud no explicitada. En los hechos, el primero (que se recuerde) que llevó aborígenes "de las Indias" (el continente americano) a España fue Cristóbal Colón para que los Reyes observaran a esos individuos como si fueran caídos de otro planeta. No los devolvieron a sus sitios de nacimiento.

Un caso extraordinario sucedió en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Los padres noruegos y finlandeses bajo ocupación alemana o aliados en batallas, los daban en adopción a parejas de Suecia, país neutral, con tal de salvarlos del maltrato, la violencia o el hambre. 

Los chicos crecieron y por los años de los años futuros supieron tener, con ayuda de los mayores, dos padres y dos madres, en su mayoría sin traumas psicológicos, tratados con ternura. Un determinado tiempo del año lo pasaban con sus padres originarios y otros meses continuos con los padres que los habían adoptado.

En estas últimas semanas, en Dinamarca, se puso sobre el tapete la revisión de la mala política practicada por Copenhague con niños de Groenlandia. Esa enorme geografía de nieve permanente forma parte de América del Norte. Pero política y económicamente es un territorio autónomo dependiente de Dinamarca desde 1814. Tienen representantes en el Parlamento danés que los consideran y protegen ante cualquier problema internacional. Así cuando el temperamental presidente norteamericano Donald Trump presionó para "comprarle" Groenlandia (donde tiene instaladas algunas bases militares) a Dinamarca, sus autoridades con la mayor calma le dijeron que no, que de ninguna manera. Trump creía, seguramente que algunos territorios podían comprarse: tenía antecedentes. Uno de ellos es cuando la Rusia de los zares le vendió en la segunda mitad del siglo XIX Alaska a Washington. Para Rusia esa zona sólo servía para atracar los barcos balleneros, un puerto más.

Hubo historias salvadoras junto con las tristes. Por ejemplo la de un funcionario inglés que poco tiempo antes que se desencadenara la Segunda Guerra Mundial preparó un tren especial para sacar a niños judíos de Checoslovaquia, Alemania y Polonia. Esos chicos, que arribaron a Londres, se convirtieron en ciudadanos británicos y echaron raíces en la isla. Muchos de los padres de esos niños murieron en los campos de concentración.

En 1950, en tiempos de la "guerra fría", el gobierno danés apoyó un experimento peligroso que contó con la anuencia de todas las instituciones políticas del país. Un grupo de niños inuits fueron separados de sus familias groenlandesas y llevados para ser "educados" en Copenhague o en otras ciudades. Esos niños recibieron las disculpas de las autoridades danesas por el daño psicológico que les causaron pero recién 60 años después de los hechos.

Helen Thiesen, que ahora tiene 75 años, fue una niña de aquel Plan. Recientemente declaró a la prensa: " Era un lindo día de verano cuando dos caballeros daneses se aparecieron en casa. Nos hicieron salir para hablar con mi madre. Le preguntaron si estaba dispuesta a enviarme a Dinamarca. Aprendería a hablar en danés y tendría muy buena educación. Le dijeron que era una gran oportunidad para mí. Todo esto ocurrió en tiempos en que muchos habitantes de Groenlandia vivían de la caza de focas". El plan, ideado en conjunto con la fundación Save the Children, eran enviarlos a familias danesas para que fueran reeducados como "pequeños daneses".

Después de llegar, los niños de Groenlandia fueron enviados a familias adoptivas. Pero primero pasaron por "un campamento de de verano. En los hechos los pusieron en "cuarentena". Las víctimas del proyecto lloraban en silencio durante las noches, se sentían tristes e inseguras. La forma de vida en Dinamarca era muy distinta a la que estos chicos estaban acostumbrados.

Hubo reacciones de protesta de algunos adoptados, desacuerdos provocados por su rechazo a la "civilización". Otros no se sintieron bienvenidos en las familias que los habían adoptado. Entonces fueron trasladados a otros grupos familiares diferentes.

Al año siguiente 16 de los 22 niños inuits fueron enviados de vuelta a Groenlandia. Los chicos, con otros hábitos, no lograban comunicarse con sus padres sanguíneos. Fue como si hablaran un idioma totalmente distinto. Copenhague indicó que de ninguna manera los niños groenlandeses podían vivir en peores condiciones porque habían conocido la "civilización". Esos infantes debieron aprender a hablar su idioma materno o de nacimiento una vez más y ya crecidos.

El recuerdo de esos niños ahora en los bordes de la madurez resultó un golpe en la mandíbula contra las autoridades danesas. "Eran maestros en el peor sentido de la palabra, lo controlaban todo y nunca jamás se  debía contradecir a un danés", recuerda Helen Thiesen que se considera perjudicada por ese experimento de asimilación forzada.

Los niños terminaron reunidos en un pequeño grupo, sin raíces y marginados en la periferia de la sociedad nórdica. Algunos se convirtieron en mendigos, perdieron su identidad y la capacidad de volver a hablar su idioma de nacimiento. "Tenían buenas intenciones, pero todo se realizó terriblemente mal. Supongo que querían darnos un futuro mejor", agrega Thiesen.

El Partido Demócrata Social danés, en la oposición hace 15 años, pidió una investigación sobre este tema. Sin embargo, cuando llegaron al poder en 2011, reinó el silencio sobre el tema. Helen Thiesen finalmente se casó con un danés y fue madre.

Muy distinto fue el destino de los niños enviados a México en distintos barcos en medio de una sangrienta guerra civil (1936-1939 ) en España. Hablaban el mismo idioma y el gobierno del general Lázaro Cárdenas facilitó la adopciones y los consideró "protegidos del gobierno azteca". Ya adultos aquellos niños refugiados volvieron a España a visitar a sus parientes y otros se quedaron definitivamente en la península.