Desde Matera, Italia. Mochilas, carteles y sillas vacías adornan la entrada de numerosas escuelas secundarias. Aún con frío, grupos de adolescentes se reúnen todos los días en la puerta: sentados en el piso, entre dispositivos digitales y apuntes, intentan avanzar en sus tareas. Esta es una de las crecientes señales de protesta en Campania y Lombardía, dos de las localidades más afectadas por la circulación del COVID-19. Es que, la llegada del invierno al viejo continente aceleró la curva de contagios. En consecuencia, las autoridades debieron suspender la vuelta a clases presenciales y retomar las restricciones para mejorar el panorama sanitario, aún con gran presión social.

A partir de los 14 años, la educación deberá ser a distancia”, estableció el último decreto nacional italiano. La normativa en cuestión dividió al país en colores. Así, en función al avance del virus dentro de sus límites geográficos, cada región recibió un color (amarillo, naranja o rojo) que se actualiza periódicamente en consideración de los criterios epidemiológicos establecidos. A mayor intensidad en la escala cromática, mayores son los límites y las restricciones impuestas para cada sector y actividad. De modo que, en las zonas rojas, el cierre es prácticamente total y el aislamiento, obligatorio. En las áreas naranjas están habilitados ciertos locales comerciales y gastronómicos, en horarios acotados y solo para delivery. El toque de queda nocturno rige en ambas zonas. En las pocas regiones amarillas, la circulación es algo más libre pero supervisada. 

La educación no quedó ajena a este escenario. El servicio educativo italiano está dividido entre la presencialidad y la virtualidad. Sin embargo, las restricciones no se profundizan necesariamente por colores o zonas geográficas, sino que suceden en consideración del nivel educativo del que se trate.

Educar durante la pandemia

Educación inicial y primaria. En la mayoría de las regiones permanece abierta la escuela desde el nivel inicial (asilo nido) hasta el primario (elementare, desde los 6 a los 11 años de edad) excepto en algunas áreas rojas, como Abruzzo, Campania y Calabria donde rigen además disposiciones regionales, que pueden suspender temporalmente la enseñanza del nivel. Las autoridades nacionales explican que la decisión de sostener la educación inicial y primaria apunta a proteger este importante espacio de socialización entre pares, esencial en los primeros años de desarrollo. 

Actualmente, las medidas de prevención y cuidado aplican a todos los establecimientos e incluyen test rápidos, masivos y periódicos tanto a los niños y las niñas como al personal docente y escolar, además del control de temperatura al ingreso. Los mayores de 6 años deben usar barbijo o tapabocas de forma obligatoria, dentro y fuera de la escuela, así como respetar las políticas de higiene y cuidado generales. Si se identifica un caso positivo, se procede al cierre preventivo y temporal del centro escolar, al rastreo de contactos estrechos, aislamiento y cuarentena para evitar la propagación del virus. 

Educación secundaria. Entre el retorno a clases (14 de septiembre pasado) y las decisiones acaecidas tras el avance de la segunda ola, transcurrieron apenas 45 días. Aún así, ese breve período de presencialidad implicó una reducción significativa del tamaño de los cursos, horarios diferenciados de ingreso y salida, test rápidos masivos, pupitres individuales y respeto de la distancia mínima obligatoria. En efecto, hubo quienes se quedaron “fuera” dado que no todas las aulas y espacios escolares son lo suficientemente grandes como para albergar, con las distancias exigidas, a todo el estudiantado. 

Al día de la fecha, los estudiantes del nivel medio (12 a 14 años) asisten a clases presenciales siempre que su escuela se encuentre en zonas de menor peligro. Los más afectados son los jóvenes del último tramo de su escolaridad secundaria (superiore, 14 a 18 años) que, aún en áreas con menor circulación de COVID-19, deben continuar con su formación desde el hogar, acá conocida como Didáctica a Distancia (DAD). 

La decisión de sostener la educación inicial y primaria apunta a proteger la socialización entre pares 

Que llegue enero. Según el último decreto publicado, está previsto que los bachilleratos ubicados en regiones amarillas y naranjas reanuden sus actividades presenciales el próximo 7 de enero. Pero la norma no alcanza a todos: “El 75% de la población estudiantil de los centros educativos a partir de segundo grado de nivel medio tendrá garantizada la actividad docente presencial” (Decreto del Primer Ministro, 4 de diciembre, traducción propia). En otras palabras, las escuelas secundarias abrirán sus puertas para el 75% de su matrícula, en tanto deberán garantizar la continuidad y “el óptimo desempeño del servicio” a distancia para el 25% restante. Además, el decreto aclara que cada escuela “podrá decidir con autonomía cómo organizarse” para cumplimentar hasta el 75% de su capacidad (medida por matrícula), según las propias necesidades, posibilidades y oferta educativa.

Cabe destacar que la reapertura educativa está siendo pensada territorial e integralmente. En este sentido, los responsables de las Oficinas Administrativas Territoriales (UAT) tienen un papel relevante a los fines de articular y coordinar, por ejemplo, los horarios de los servicios de transporte público local para facilitar tanto la asistencia a clase como el regreso a casa de forma segura. 

Escenarios. Los efectos de la pandemia COVID-19 no cesan. Según datos de Naciones Unidas (2020) a mediados de julio las escuelas permanecían cerradas en más de 160 países, situación que afectó a más de 1000 millones de estudiantes en todo el mundo. A la fecha, gran parte de estos jóvenes no ha regresado a clases. Pese a los esfuerzos gubernamentales y docentes por continuar la enseñanza a distancia, hay quienes quedaron atrás e incluso, por fuera. El llamado internacional propone redoblar la inversión educativa, repensar la educación que viene y poner la equidad en el centro de la política educativa.