Argentina se sorprende día tras día con cifras y estadísticas que demuestran la complejidad y profundidad de la crisis que la atraviesan. La reciente publicación del INDEC que señala que la pobreza alcanzó al 40,1% de la población y afectó a 18,6 millones de argentinos durante el primer semestre de este año, o la tasa de inflación que hace algunos meses se instaló en los tres dígitos, superó el 120% anual y empezó a ser medida semanalmente, dan cuenta de las problemáticas que vivimos hace tiempo.

En materia educativa también hay números que reflejan la catástrofe que golpea a la población estudiantil de Argentina. Uno de los temas que más llamó la atención de los medios de prensa y repercutió en debates de toda índole fueron los malos resultados en lectocomprensión de los alumnos de primaria: a partir de la publicación de los resultados de las Pruebas APRENDER 2021se conoció que un 44% de los estudiantes de este nivel no alcanzan los conocimientos mínimos establecidos. Otra evaluación arrojó resultados similares: el Estudio Regional Comparativo y Explicativo (ERCE) 2019, llevado adelante por la UNESCO, demostró que el 46% de los estudiantes de tercer grado de primaria no entiende lo que lee.

Estas evaluaciones intentan constatar los niveles de aprendizaje en relación a lo establecido como objetivos para el primer ciclo de primaria en los Núcleos de Aprendizaje Prioritarios (NAP). Allí podemos observar que la escuela debe promover en los alumnos la comprensión de algunas funciones de la lectoescritura, la confianza en sus posibilidades de producción oral y escrita, el interés por ampliar sus conocimientos a través de la lectura y la capacidad de escuchar, leer y comprender obras literarias y poéticas así como también escritos no ficcionales. 

En resumen, los NAP establecen que –al finalizar el primer ciclo de primaria– los alumnos deberían poder acceder a diversas fuentes de lectura y leer, tanto individual como grupalmente, una amplia gama de textos literarios y no literarios, así como también la práctica regular de escribir una variedad de textos, como narraciones, cartas y notas, que sean comprensibles para uno mismo y otros, siguiendo las convenciones de escritura.

Entonces cabe hacerse la pregunta: si estas cuestiones están claramente establecidas como objetivos de la escuela primaria, ¿por qué casi la mitad de los chicos no aprenden a leer? Seguramente inciden en esta situación cuestiones que exceden ampliamente la responsabilidad del sistema educativo, como la dramática realidad que presenta la última publicación del INDEC, con casi 60% de los niños viviendo en la pobreza. Esta problemática también puede vincularse con los paros docentes y el reiterado incumplimiento de los 180 días de clase establecidos por Ley 25.864. Pero hay cuestiones que tienen estricta relación con la formación docente y con los métodos utilizados para la enseñanza de la lectoescritura.

En nuestro país existen más de 1.300 institutos de formación docente que se suman a la oferta que 67 universidades tienen en el mismo rubro. Si lo comparamos con países vecinos encontramos que Brasil tiene 6 por cada millón de habitantes y Chile tiene 4, mientras que en Argentina son más de 30. En este, como en otros casos, más cantidad no significa más calidad. Algo de esto se evidencia cuando analizamos los datos provistos por el INFOD: el 55% de los inscriptos abandonan en primer año y más de la mitad de estas instituciones tiene menos de 250 estudiantes. Pero el dato clave para encontrar la raíz del problema está en una evaluación realizada por el Ministerio de Educación de la Nación en 2017 a los alumnos del penúltimo año de los profesorados: allí se determinó que el 40% mostró habilidades insuficientes de comprensión lectora. Si este porcentaje de estudiantes no alcanzaba competencias mínimas en la materia a un año de terminar sus estudios de profesorado, ¿en qué condiciones habrá ejercido la docencia en el futuro? Dicho de manera más cruda: ¿puede enseñar lengua alguien que no sabe leer?.

El otro debate relacionado a la cuestión es el de los métodos de alfabetización: la “psicogénesis de la escritura” es una corriente que surgió unas décadas atrás y plantea que el niño debe aprender a leer y escribir, por efecto de la inmersión en un medio escrito, siguiendo su curiosidad e intuición, solamente guiado y orientado por su docente. Esta metodología prohíbe la enseñanza de las correspondencias sonido-letra y el desarrollo de la conciencia fonológica. Junto con las medidas que establecen la eliminación de la repitencia para el primer grado o las políticas que plantean evitar la “estigmatización” de los alumnos, se termina produciendo un fraude educativo: los chicos van a la escuela pero no aprenden. 

Esto empezó a ser fuertemente cuestionado por la provincia de Mendoza, que en los últimos años volvió a adoptar el método tradicional de alfabetización, basado en el desarrollo de una conciencia fonológica que les permite identificar letras con sonidos, para luego ir aprendiendo a leer y escribir. El cambio de estrategia fue completamente exitoso, al punto que la provincia fue reconocida internacionalmente por sus resultados en materia de lectocomprensión.

Si consideramos que las habilidades de lectoescritura son los pilares fundamentales sobre los cuales se construyen los saberes, podemos concluir que no hay nada más urgente e importante que lograr que cada niño y niña termine la escuela sabiendo leer y escribir. La educación de Argentina vive una profunda crisis que impacta en todos los niveles sociales y se proyecta trágicamente hacia el futuro. Por eso, enseñar a leer y escribir debe ser prioridad, uno en el listado de políticas a desarrollar para mejorar nuestra educación.