En América Latina y el Caribe, “el 50% más pobre de la población se lleva el 10% de los ingresos, mientras el 10% más rico recibe el 55%. En términos de riqueza, la concentración es mucho mayor: el 10% más rico acumula el 77% de la riqueza y el 50% más pobre solo el 1%. Además, desde que contamos con métricas de desigualdad comparables entre regiones, los valores para nuestra región se sitúan sistemáticamente por encima de los de otras regiones del mundo” (De la Mata y Berniell, CAF, 2022).

Resulta difícil entender cómo esta situación, que se arrastra desde hace años en la historia de nuestra región, no puede solucionarse pese a la gran cantidad de recursos con que cuentan nuestros países. Lo cierto es que dentro de las muchas causas de este fenómeno económico y social, encontramos uno de los por qué en la historia política de América. Décadas de ensayos, de prueba y error en nuestros regímenes políticos, han derivado en liderazgos mesiánicos, teniendo como protagonistas a líderes que se caracterizan por atribuirse la “capacidad y la responsabilidad divina de luchar contra el mal y salvar al mundo”, con la promesa de un futuro mejor, la construcción de un fuerte relato de identidad y la apelación a emociones como el miedo, la esperanza, el amor y el odio como forma de lograr adhesiones y ejercer el poder, muy lejos de los principios de ética e integridad pública.

Estas formas de conducción política refuerzan su relato de identidad en promesas y fórmulas mágicas que disfrazan de supuestos planes o programas de políticas públicas de desarrollo y bienestar. En realidad son propuestas de solución simples a problemas complejos, que suelen basarse en la demagogia y el populismo.

En Argentina, este tipo de liderazgos han tenido un papel destacado en la política a lo largo de nuestra historia, con un sin número de ejemplos emblemáticos que se han presentado como líderes providenciales que propusieron y proponen “salvar” la Argentina de sus enemigos internos y externos, sacarlas de sus crisis, y llevarla al destino manifiesto de una gran nación que nunca se termina de concretar. En muchos casos también las promesas a partir de procesos de modernización y desarrollo a través de la educación y el despegue económico han tenido algunos períodos de relativo éxito como fueron los últimos años del siglo XIX y principios del siglo XX, pero con procesos que a nuestro humilde entender quedaron truncos, y que nuevamente fueron sucedidos por las promesas incumplidas de líderes salvadores, a partir de relatos nacionalistas y populistas que resurgen constantemente.

En Latinoamérica, este fenómeno común entronizó en todos casi todos los países líderes paternalistas con promesas de protección a los pobres y los trabajadores, prometiendo acabar con la desigualdad y la corrupción, en defensa de los colectivos más vulnerables de la sociedad, y contra los embates colonialistas e imperialistas, y también contra los enemigos internos que aliados de aquellos, pero lo cierto que al final del cuento la mayoría terminan siendo un fiel reflejo de aquellos supuestos enemigos de los que nos pretenden proteger. Así estos liderazgos mesiánicos y sus fórmulas mágicas de planes de gobierno suelen tener un impacto negativo en la democracia, concentrando fuertemente el poder en sus manos, con la misión de restringir la libertad de expresión y violar los derechos humanos, generando al final de sus largos períodos de gobierno frustración y descontento cuando no cumplen con sus promesas, y mucho menos con su misión salvadora.

En Argentina y Latinoamérica, este tipo de liderazgos siguen siendo un peligro para la democracia, por ello es importante estar atentos a sus promesas y evitar caer en sus trampas, teniendo en cuenta que la lección de la historia nos indica que este tipo de liderazgos mesiánicos suelen surgir en contextos de profundas crisis, cuando la población está descontenta con la situación actual y busca desesperadamente una rápida salida a la situación planteada. En estos contextos, las personas buscan líderes que les ofrezcan soluciones rápidas y fáciles.

Esto es porque las fórmulas mágicas suelen ser atractivas para las personas que se sienten frustradas o descontentas con la situación social y económica actual ofreciendo una sensación de esperanza y alivio, pero hay que tener muy en cuenta que por el contrario estos liderazgos suelen promover políticas públicas populistas que generalmente conducen a un gran déficit fiscal, desequilibrios de todo tipo, alta inflación, inestabilidad y acciones de corto plazo que nada tienen que ver con planes de desarrollo sustentable y políticas responsables que puedan mantenerse en el tiempo.

Al mismo tiempo este tipo de liderazgos salvadores o providenciales suelen promover discursos de odio y violencia, que inevitablemente conducen a la polarización y la violencia social, rompimiento de la paz urbana y permanente tensión. Por eso es importante estar atentos a los signos de un liderazgo mesiánico o fórmulas mágicas de gobierno. Algunos signos de alerta son la promesa de un futuro mejor sin esfuerzo, la construcción de un relato identitario excluyente y ultra nacionalista, la apelación a emociones como el miedo, la esperanza y el odio, la concentración del poder en manos de un único líder sopretexto de la suma del poder público por corto tiempo para “encauzar el barco”, y la utilización al extremo e irresponsablemente de todos los recursos disponibles para paliar y salir rápidamente de la crisis sin ningún esfuerzo.

Por todo lo expuesto, la importancia de educar al soberano sobre los peligros de los liderazgos mesiánicos y las fórmulas mágicas de gobierno. La educación es una de las herramientas centrales que puede ayudarnos a identificar estos liderazgos nocivos y a evitar caer en sus trampas, en salvaguarda de la democracia y la república, trabajando en un verdadero plan estratégico de nación para un presente y futuro de esfuerzo y compromiso por el desarrollo sostenible que brinde las mejores oportunidades, sobre todo para las nuevas generaciones a quienes les debemos un país mejor.