La educación: llave de la abundancia y felicidad de los pueblos
Un sistema de formación de calidad es necesario para el desarrollo económico y social sostenible del país. Una nación con una población educada es más productiva y competitiva.
“La ilustración y fomento de las letras son las llaves maestras que abren las puertas de la abundancia y hacen felices a los pueblos”, escribía el Libertador José Francisco de San Martín el 17 de Marzo de 1817 al Cabildo de Santiago de Chile. Lo hacía a pocos días de obtenida la victoria de la Cuesta de Chacabuco, rechazando en una extensa carta el premio en moneda y plata que le obsequiaba el Gobierno del hermano país trasandino, indicando enérgicamente que dicha fortuna fuera destinada a la fundación de la Biblioteca de Santiago, hoy Biblioteca Nacional de Chile. Don José, al igual que su hermano de causa Manuel, confiaban plenamente en la ilustración – educación, como el instrumento más efectivo para lograr la consolidación y desarrollo de las “jóvenes repúblicas” recién liberadas.
Años después, otro gran visionario de nuestra historia como fue Domingo Faustino Sarmiento, admirador de Belgrano y especialmente de San Martín a quien tuvo oportunidad de conocer y entrevistar, continuó la prédica y labor educadora de los padres fundadores defendiendo sin claudicar “con la espada, con la pluma y la palabra”. La consigna de su vida fue “educar al soberano”. El lema sarmientino, que ha sido reivindicado por distintos actores políticos, intelectuales y sociales a lo largo de nuestra historia, fue la prédica constante del gran maestro para defender la importancia de la educación pública como herramienta para la construcción de una sociedad con igualdad de oportunidades democrática y republicana.
Así, según Don Domingo, la educación era la clave para que el pueblo argentino pudiera alcanzar la libertad y la prosperidad, retomando también esa idea fuerza de Belgrano y San Martín sobre que la ilustración podía lograr la libertad de espíritu y de razón como paso previo para la libertad civil y soberana, convencidos que a través de la educación el pueblo podía adquirir los conocimientos, instrucción y habilidades cívicas necesarias para participar activamente en la vida política y social del país.
A partir de estos preceptos, los gobiernos fundacionales de la Nación Argentina dedicaron esfuerzos y recursos a las políticas educativas como grandes políticas de estado, a tal punto que para el Centenario de la Revolución de Mayo, los establecimientos educativos de Argentina eran el verdadero semillero de un país próspero y pujante.
“Para 1910 no pocos de los hijos de inmigrantes que habían llegado a la Argentina con las manos vacías eran notables profesionales, ejercían el periodismo, brillaban en el plano científico, generaban industrias y daban lustre a sus familias y apellidos que, en ciertos casos, fueron incorporados con el paso del tiempo a las respectivas nomenclaturas urbanas”, señala el historiador argentino Miguel Ángel De Marco.
Esta decidida inclinación a la educación como política de estado de los gobiernos de fines de siglo XIX, y buena parte del siglo XX, hicieron de Argentina el país con uno de los mejores sistemas de educación pública del continente y con la formación universitaria más destacada de Latinoamérica, al tal punto que generaciones de dirigentes de países hermanos se formaban en nuestras aulas.
Las generaciones fundantes de Argentina comprendieron tempranamente que en una democracia los ciudadanos deben ser capaces de ejercer sus derechos y deberes de manera responsable, informados y preparados para tomar las mejores decisiones en busca del bien común y en el ejercicio del debate público, y para ello es imperiosamente necesario que tengan acceso a una educación de calidad que permita comprender los principios y valores democráticos.
Si bien esta idea sigue vigente y siendo válida en la actualidad, las sucesivas crisis en que se ha sumido el país en las últimas décadas ha impactado de lleno en todo nuestro sistema educativo y es necesario retomar el rumbo, toda vez que la educación es un derecho fundamental que permite a las personas, sin distinción, desarrollar todo su potencial para alcanzar su pleno desarrollo personal, laboral y social. Es la mejor política pública de inclusión y equidad de rápido y gran alcance. Además está claro que el acceso irrestricto a la formación, la cultura y el conocimiento son un requisito indispensable para lograr una democracia robusta, sana y participativa, tan anhelada por todos nosotros en los últimos 40 años.
Además, una educación de calidad también es necesaria para el desarrollo económico y social sostenible del país. Una nación con una población educada es un país más productivo y competitivo que logra generar y distribuir mejor sus riquezas, contribuyendo sensiblemente a reducir la pobreza y la desigualdad que dan origen las grandes deudas sociales y las “disparidades hirientes”.
En Argentina la educación ha sido históricamente un tema de permanente debate público, algo sumamente positivo, y si bien durante muchos momentos de nuestra historia el país experimentó avances significativos en materia educativa, aún queda mucho por hacer. Es oportuno puntualizar en grandes líneas de acción, para retomar el camino de la “educación como una política pública de Estado” es decir que transciende los períodos y agenda de Gobierno, que han indicado personalidades argentinas destacadas que van desde Sarmiento hasta Favaloro.
Para garantizar una educación de calidad para todo el pueblo argentino es necesario invertir en educación, en tanto el Estado debe destinar recursos suficientes para garantizar el acceso a una educación de calidad; mejorar la calidad educativa, a partir de la implementación de reformas que permitan a estudiantes de todos los niveles acceder a los conocimientos y competencias necesarios para los múltiples y complejos desafíos del siglo XXI; involucrar a toda la sociedad, en tanto la educación debe ser una preocupación y responsabilidad compartida por todos los actores sociales en un trabajo conjunto entre Estado, Empresas, Sociedad Civil y familias, entendiendo que los consensos y acuerdos en materia educativa son la clave para que el país pueda retomar la senda de la prosperidad y el desarrollo para el buen vivir del pueblo, tal como la que trazaron los hombres y mujeres que fundaron nuestra patria.