Manuel Belgrano en el imaginario argentino es el creador de la bandera y es lógico que así sea porque efectivamente lo fue. Sin embargo es mucho más que aquel que nos legó la insignia patria, sin dudas acto trascendental en la formación de una nueva Nación que representa nuestro país en el mundo. Quizás sea un poco injusto reducirlo a ese sólo hecho en su gran obra fundacional. 

Manuel Belgrano fue el hombre indicado para fundar la Nación. En estas horas que vive nuestro país, resultan de gran relevancia sus enseñanzas, principios y legado. Y tal como he sostenido en textos y publicaciones, Manuel Belgrano es uno de nuestros padres fundadores, junto al Libertador José de San Martín, y uno de los líderes de mayor relevancia de nuestra joven nación. Su legado, el que podemos apreciar desde distintas disciplinas, es un tesoro nacional que resulta oportuno rescatar en este año tan especial.

A través de su sólida preparación intelectual y amplia formación cultural, producto de sus más variadas lecturas y el dominio de varios idiomas como el francés, italiano, inglés, e incluso algunas lenguas originarias, durante sus estudios en Europa pudo apreciar y comprender los grandes cambios que vivía el mundo de su época: el nacimiento de los derechos sociales y ciudadanos, los cambios económicos, el impacto de la revolución industrial y la necesaria ampliación de los derechos educativos, políticos y sociales de los que, hasta ese momento de las “grandes revoluciones”, las masas poblacionales mayoritarias del mundo estaban excluidos.

Tempranamente desde su cargo de secretario perpetuo del Consulado de Buenos Aires en la época del virreinato, y luego como hombre público comprometido en el proceso que se inició con la Revolución de Mayo, desde la tribuna periodística, pero también desde la acción directa como político y militar, desarrolló la dimensión de estadista a partir de su permanente mirada puesta en los objetivos generales, la mejora de las condiciones de vida de los habitantes de las Provincias Unidas promoviendo en sus escritos y decisiones “el bien común”. 

Su preocupación por las condiciones en que vivían las familias por aquellos años lo llevaba a expresar: “He visto con dolor, sin salir de esta Capital, una infinidad de hombres ociosos en quienes no se ve otra cosa que la miseria y la desnudez; una infinidad de familias que sólo deben su subsistencia a la feracidad del país". Con esa pasión que lo caracterizaba y que a pesar de su estatus y condición social, lo llevaría a comprometerse en cuerpo y alma con la pobreza y las duras condiciones de vida que sufriría luego en las campañas militares del norte.

“El bien común tiene categoría ética y lo coloca por encima de los intereses particulares y en buena medida de los intereses de la mayoría. Es un bien porque está consustanciado con la naturaleza del hombre y su desarrollo como ser humano", aseguraba Belgrano.

Sus escritos son una teoría fundada en el bien común. Insiste en la capacitación y educación de la familia. Así como concentraba en la educación sus esperanzas para que las familias salgan de tal situación de miseria, también fundaba en los derechos políticos y ciudadanos el camino para alcanzar ese bienestar general pues consideraba que “el bien común permite el desarrollo de las personas y se concreta a través de la prudencia que debe tener cada miembro social, en especial las autoridades que ejercen el poder”.

Por otro lado en su condición de líder de visión política, y a partir de sus sólidos principios republicanos, expresados en parte por su admiración por “el republicanismo del pueblo de los Estados Unidos” y plasmados en su traducción de la “Oración de despedida de Washington”, verdadero testamento político del Libertador y fundador de EEUU, a quien Belgrano consideraba como “ese héroe digno de la admiración de nuestra edad y de las generaciones venideras, ejemplo de moderación y de verdadero patriotismo, se despidió de sus conciudadanos, al dejar el mando, dándoles lecciones las más importantes y saludables”.

Republicanismo que Belgrano adoptó para sí y cuyos principios fueron su guía durante todo su derrotero en la vida pública, valiéndole la admiración de muchos observadores y diplomáticos extranjeros, quienes dejaron su visión sobre él; como es el caso del comerciante norteamericano David C. de Forest quien en diferentes cartas describía a Belgrano diciendo: “En este país encontramos muy pocos y verdaderos patriotas. Pero creo sinceramente que el General Manuel Belgrano nunca dejara de querer a este País, y apoyará tanto como sea posible los derechos de sus conciudadanos, por más ingratos que se demuestren hacia él”.

Más adelante decía: “Permítame el honor de presentarle al portador de esta carta, general Manuel Belgrano. Es uno de los hijos más distinguidos de América del Sur y debido a mis relaciones personales con él confío en que Usted tendrá un placer en conocer a un hombre de su educación general e ilimitada liberalidad de sentimiento”, referencias que se repiten en diversas comunicaciones diplomáticas y agentes consulares de las diferentes potencias, que lo conocieron y tuvieron la oportunidad de tratarlo tanto en Buenos Aires, como durante la misión diplomática Belgrano – Rivadavia a Europa durante los años de 1815 - 1816. 

El legado de Manuel Belgrano no es sólo del pensador que sugiere las mejores alternativas para tomar las decisiones oportunas en pos de ese “bienestar general” y de construir “el país de la felicidad”; es además del líder que por principios y convencimiento decide actuar para cambiar la realidad en la que vive, para aportar desde su formación, su juicio y su aguda percepción de los acontecimientos, su pensamientos,  su palabra y su acción para forjar un nuevo mundo; en definitiva para influir decididamente en la realidad de su tiempo, comprometiéndose con una misión superior de libertad e independencia y la fundación de las nuevas repúblicas que emergieron del proceso independentista. En este año tan especial, sin duda es un buen momento para releer y poner en valor sus enseñanzas.