Sabemos de abrazos, lo saben la piel y el corazón. Lo sabe el ánimo en el desánimo y lo sabe el júbilo en la alegría.

Imaginamos, tal vez, el abrazo primero, el de una madre o un padre. Conocemos el abrazo de la amiga, del amigo, en la superficie de una pena inútil y en la entraña del dolor agudo.

Entre tanto abrazo está el que pocos conocen, el que dio el soldado al cuerpo quieto, a la vida que se fue y, de tan compañera, se llevó años de la propia. El abrazo de la Patria que te llama de improviso y deja de abrazarte en el lugar y el tiempo menos pensado.

El abrazo que no supimos, no sabemos y, quizá, no sepamos dar, a vos, hermano desconocido, caído en la Soledad y en la Gran Malvina, hundido en el agua y hundido en la tierra y el aire. 

Entre tanto viento, polvo y olas nos aferraste a todos a un sueño que no descansa, el de los argentinos en paz, abrazándonos en nuestras islas, izando la bandera que tu alma y tus huesos guardan en Las Malvinas.