Permítanme argumentar a favor de la tibieza. Ya haremos tiempo para los paños fríos en los trances calientes y no se quitará lugar a los calientes éxtasis en las noches frías.

Pero concédanme la defensa de la tibieza que, en su discreto ardor, pretende hacerse un sitio entre tanto discurso fogoso salido de los corazones helados por la respuesta indiferente.

Defiendo la mano tibia sobre el hombro quebrado del desamparado. La leche templada de los pechos tibios a la criatura iluminada. El beso tibio con los labios suaves a la mejilla pálida de infinitos desvelos, cuando el dolor oscurece todas las sendas.

Apoyo al viento moderado que sopla recuerdos tibios que, alguna vez, tuvieron otras temperaturas. El tiempo sabe esculpir tibieza. El aliento cálido para el susurro tibio del secreto que, cosquilleando en nuestro oído, busca entrañas.

Que suceda el agua tibia para el músculo tenso. La lágrima tibia, que corre desde la fuente inagotable del mayor desengaño.

Animo los lechos desiguales, el pesebre, el nido, la cama, la frazada esparcida en la vereda. Ahí está la tibieza denunciando lo que está a la vista de los ciegos.

Entre tanto elogio de la tibieza, entre tamaña tibieza repetida, reconozco la maestría de los cuerpos, los que ofrecen al amor los huecos tibios.