Menos luz, es la orden y es el orden. Cerramos las ventanas, corrimos las cortinas. Continuamos apagando faroles, soplando velas, inutilizando focos. En los reclamos apareció la antorcha para el macabro fulgor de la hoguera y más penumbra.

Metimos en sótanos, en cuevas, en pozos, en tumbas, en la oscuridad de la postergación. Sacamos de los libros, de los museos, de los escritorios, de las calles, de los cargos, de las fotos. Enterramos arte, ideas, escritos.

Vendamos ojos en refuerzo de noches cerradas, y, junto a la ceguera provocada, tapamos oídos, atamos manos, apretamos gargantas. Llevamos los sentidos al silencio, a la inmovilidad, a las tinieblas. Usamos y abusamos.

Fuimos nosotros, no nosotras. Pero en las rendijas, en los susurros, en la afonía, en el reflejo mínimo del espejo, en el aliento invisible, en los gestos imperceptibles, bajo las puertas, en el breve fulgor del rayo, desde los cementerios, desde las entrañas femeninas, se filtraba y perduraba la luz propia, el propio brillo. Todo fue semilla, esperando, latiendo, brotando. Aspirando vida, siempre fruto.