Luego del largo período de lucha por nuestra independencia, de una guerra entre unitarios y federales, de haber sancionado la Constitución Nacional de 1853 y su reforma de 1860, de unificar la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires, después de las presidencias de Urquiza y Derqui, comenzó en el país la etapa de organización nacional liderada por las presidencias fundantes de Mitre, Sarmiento y Avellaneda.

La organización nacional fue la génesis de la Generación del 80, tal como se denominó al grupo de escritores, académicos, intelectuales y dirigentes que pensaron la Argentina entre 1880 y 1916. En esos tiempos se consolidó lo que se conoció como la República Conservadora, en tanto que en el plano económico se inició el gran período de expansión y progreso del país, al tiempo que se instauraba a la educación como política de estado de los gobiernos de fines de siglo XIX, y buena parte del siglo XX, transformando al argentino en uno de los mejores sistemas de educación pública del continente.

Tras años de conflictos e inestabilidad institucional, la Generación del 80 buscaba establecer la consigna de “Orden y Progreso” que tendría su máxima expresión en el lema de la primera presidencia de Julio Argentino Roca “Paz y Administración”. Lo que se impulsaba era un estado fuerte capaz de mantener la paz interior y promover el crecimiento económico. Lo hacía bajo la influencia del positivismo e inspirados en la “Generación de Sabios” de la España de aquellos años, poniendo a la ciencia y la educación como motores del desarrollo, con el claro objetivo de transformar el país en una nación próspera y moderna. Incluso la frase “Orden y Progreso” que se puede ver en la bandera de Brasil, fue un reflejo de las ideas positivistas que influenciaron a toda nuestra región durante el siglo XIX.

Durante las cuatro décadas que permaneció en el Gobierno, la Generación del 80 sentó las bases de su poder en la llamada Liga de Gobernadores y el Partido Autonomista Nacional – PAN –, recurriendo en muchos casos al fraude electoral para sostener aquella República Conservadora u Oligárquica. Si bien logró el progreso económico esperado, posicionando a nuestro país entre las cinco naciones más ricas y productivas del mundo, relegó profundamente los derechos políticos y sociales universales que llegarían a partir de la Revolución del Parque y que daría lugar a la República Democrática a partir de 1916. Sin dudas, entre las grandes críticas a este período del desarrollo nacional cabe mencionar el enfoque elitista del gobierno y la escasa importancia a los problemas sociales de desigualdad y exclusión de la gran mayoría del pueblo que hizo eclosión en los años siguientes.

Hoy, un siglo después de aquellas ideas, volvemos a escuchar términos que se acuñaron en esos tiempos: liga de gobernadores, orden y paz, progreso y desarrollo, han vuelto a ser ideas centrales en la discusión pública argentina y, quizás como sucede en todas las naciones del mundo, las lecciones del pasado nos pueden servir para analizar el presente y por sobre todo diseñar el futuro

El concepto de orden sigue siendo relevante y en el contexto actual se presenta como la necesidad de instituciones democráticas y republicanas sólidas, gobernabilidad efectiva y un estado de derecho a pleno para mantener la estabilidad política y social, y asegurar así las bases para el crecimiento y desarrollo, ya no sólo económico como en 1910 sino también responsable y sostenible

La Argentina contemporánea necesita comenzar a transitar el camino del desarrollo económico y social continuo, que incluya desplegar las fuerzas productivas y la correspondiente generación de riquezas, como medios para lograr la mejora de la educación, la salud, la infraestructura y otros aspectos del bienestar social y el buen vivir de la ciudadanía, es decir que el progreso no debe ser a expensas de la equidad social y la inclusión sino todo lo contrario.

En un mundo que plantea grandes desafíos, ampliamente conectado y globalizado pero también lleno de tensiones y conflictos, la antigua consigna de “orden y progreso” debe ser el horizonte para un país capaz de adaptarse y transformarse profundamente a través de un estado fuerte, ágil y dinámico, que impulse la educación, el desarrollo científico y tecnológico, que permita por ejemplo aprovechar los beneficios de la era digital y de la IA, las energías renovables, la invención, creatividad y desarrollo para volver a posicionar a la Argentina como una de las grandes naciones del mundo, aprovechando todo su potencial geopolítico: natural, físico y humano.

En síntesis, mientras el contexto nacional e internacional ha cambiado desde la época de la Generación del 80, aquel lema de “Orden y Progreso” sigue ofreciendo una visión valiosa para el presente y futuro de Argentina, tomando los aciertos de nuestra historia y, sobre todo, corrigiendo los desaciertos, para lograr un país que nos permita vivir mejor en paz y libertad, con todas las oportunidades posibles de crecimiento y desarrollo para todos los habitantes del suelo argentino.