Una de las claves para entender la crisis de los mercados que afecta al mundo en las últimas semanas tiene que ver con el crecimiento sin control de los derivados financieros.

Los derivados son contratos creados para reducir las pérdidas en las inversiones y sus valores están basados, es decir “derivan”, de algún tipo de activo como las acciones, los bonos y los commodities.

Estos contratos permiten que las grandes empresas y las financieras asuman riesgos mayores a los que comúnmente se expondrían, por ejemplo, emitiendo hipotecas o deuda empresaria.

Como los derivados se comercializan, el riesgo queda limitado pero, al mismo tiempo, aumenta el número de participantes que quedarían expuestos si surgieran problemas.

Estos instrumentos nacieron hace poco más de dos décadas y su crecimiento se dio por fuera de la regulación que proponían desde importantes figuras de las finanzas, como George Soros, hasta la propia Oficina General de Contabilidad (GAO, por sus siglas en inglés), un equivalente estadounidense de la Auditoría General de la Nación.

Ya en mayo de 1994, la GAO manifestó en un informe la “preocupación” del Congreso y de los reguladores federales por “el crecimiento de los derivados y su complejidad”, y los riesgos que podían provocar para el sistema financiero, los inversores y los contribuyentes de EE.UU.

Las preocupaciones surgían al mismo tiempo que se daban a conocer informes sobre “grandes pérdidas de inversores, algunos por cientos de millones de dólares”. La GAO planteó que se establezcan “estándares consistentes en las rendiciones de cuenta y capitales” porque, con mayor información para las colocaciones de dinero, incluyendo datos sobre ingresos ganados y perdidos por clase de producto, los reguladores estarían más preparados para casos de emergencia, y se “estimularía la cooperación internacional para armonizar la regulación de los derivados”.

Menos de un mes después del informe de la GAO, la Asociación Internacional sobre Derivados y Swaps (otro instrumento financiero para reducir riesgos en las inversiones), respondió al organismo de control estadounidense diciendo que si bien su información y sugerencias eran “útiles y valiosas, no fueron convalidadas en los hechos”, y que seguir esos consejos “acarrearía el incremento de costos y reduciría la disponibilidad de los derivados”.

Entre otras recomendaciones, la GAO pedía extender la regulación básica sobre esa parte del mercado financiero, “un gobierno corporativo prudente” para un espacio de negocios sin control como el de los derivados, “mejorar la regulación bancaria” de quienes comerciaban los contratos y “aumentar las rendiciones de cuenta para los más importantes usuarios finales de derivados complejos”.

Cuando surgieron los derivados, hace dos décadas, su incidencia en el mercado era prácticamente insignificante, pero en 2002 el volumen de operaciones ascendía a US$ 106 billones. Hasta la crisis reciente, los contratos movían unos US$ 531 billones.

Desde 1994 hasta septiembre de 2008, la GAO publicó 34 informes resaltando los riesgos que la falta de control y regulación sobre el crecimiento de los derivados ocasionaría en el mundo financiero y en el mercado de la vivienda estadounidense.