El eco de las luchas contra las mineras resuena en las provincias de Catamarca y Jujuy donde las comunidades se han convertido en las guardianas de la tierra. Como un espejo que refleja el pasado en el presente, las historias de dos mujeres indígenas se entrelazan en un conflicto de ideas sobre el futuro de la región y del país. 

Una de las protagonistas de esta crónica es Guillermina Guanco. Criada por sus padres y abuelos, heredó costumbres ancestrales como el canto de vidalas. Hoy, a sus 58 años y con nueve hijos, es cacica, delegada de la comunidad indígena de La Hoyada y secretaria general de la Unión de los Pueblos de la Nación Diaguita de Catamarca. Su liderazgo se ha forjado en la lucha contra las compañías mineras que se instalaron en su provincia a mediados de la década de 1990.

La Hoyada es una localidad del departamento Santa María, en el Noreste de la provincia argentina de Catamarca. Se estima que su población apenas supera los 400 habitantes. Está entre el Valle Serrano y Puneño, cerca del límite con Tucumán hacia el Este y Salta al Norte. A mediados de los ‘90 se anunció el arribo de Bajo de La Alumbrera, el primer proyecto megaminero a cielo abierto que funcionó en Argentina. Se instaló sobre las cumbres de las Sierras Capillitas, entre Santa María y Belén. Para su puesta en marcha, en 1997, se invirtieron US$800 millones. El yacimiento de cobre, oro y molibdeno fue operado por Glencore (50% del paquete accionario) y las empresas canadienses Goldcorp y Yamana Gold (37,5% y 12,5% respectivamente).

Guillermina era adolescente cuando comenzó a escuchar a su abuelo Rosendo Gerván, ya muy mayor, anunciar los males que traería aparejada la minera. Como un visionario, mientras algunos pobladores eran convencidos ante promesas de mejores trabajos y calidad de vida, el hombre insistía en el daño que la minera le haría a la comunidad, arrasando con los recursos naturales, afectando bienes invaluables como el agua y atentando contra su tierra y cultura. 

 “Entendía todos sus miedos. Nosotros vivíamos de la tierra. Teníamos todo: nuestros alimentos, nuestras medicinas, nuestros rituales”, cuenta. Recuerda que cuando se instaló la minera, muchos vecinos compraron “los espejitos de colores que les vendieron” y se esperanzaron con la chance de ser empleados en la mina. “Muchos fueron mineros, pero el período de trabajo es corto, es insalubre, no se paga bien. Mi marido fue minero y enfermó. Hubo algunos que se resistieron pero fue en vano, se instalaron igual. Era la primera así de grande, yo también sabía que no sería nada bueno pero no había habido una experiencia similar”. 

Hoy, 30 años después, la profecía de Rosendo es una realidad. La tierra ya no rinde y los ríos están secos. Guillermina se lamenta. Dice que es duro vivir sin agua, que la mayoría de las familias se fueron porque no tenían qué hacer. “Mis hijos se mudaron. Acá ya no hay juventud”, lamenta. Cuando ella era chica lo que hoy se conoce como Campo El Arenal era el Campo de los Pozuelos. La zona era de lagunas con vertientes que afloraban del acuífero. Ahora todo es arena y desierto. 

Pese a que el paisaje de los cerros ya no es como lo conocía y casi no hay tantas plantas verdes entre la arena y las piedras, Guillermina aún vive en La Hoyada. Y los que como ella se quedaron, siguen trabajando la tierra, son agricultores, ganaderos y criadores. Se abastecen del agua de lluvia. La contaminación redujo este tipo de actividades, las cosechas bajaron mucho y hay menos animales. Para subsistir también hacen tejidos y trabajan con arcilla. Después intercambian sus productos con otras comunidades cercanas.

Dice que nunca recibieron respaldo de los gobiernos de turno, ni provinciales ni nacionales. “Lo que siempre quisieron fue desplazarnos y quedarse con las tierras. Nuestros pueblos resistieron al colonialismo, a los ataques que siguieron tras la independencia. Ahora son estas empresas las que vienen a llevarse lo que queda de nuestras riquezas. Nunca nos reconocieron derechos, menos sobre lo que nos pertenece”, lamenta. 

En 2018, después de 31 años de explotación, Bajo de la Alumbrera finalizó sus operaciones. Hay una intención firme de que la misma estructura sea reutilizada por el emprendimiento minero Agua Rica, que está en cercanías y es de la firma Yamana.

El presente en Salinas Grandes

“No puedes cambiar el pasado aunque podrías aprender algo de él”. El consejo que el Tiempo le da a Alicia en A través del Espejo bien podría ser pronunciado por Guillermina en una charla con Érika Cañarí.

Érika es presidenta de la comunidad Pozo Colorado y referente Kolla. Tiene 28 años y siempre vivió cerca de Salinas Grandes, en la provincia de Jujuy. Durante la última década, la zona registró cambios importantes ante el incremento del turismo y entre las comunidades se fueron organizando para poder generar nuevos recursos que se sumen a las actividades usuales como históricamente fue la extracción de la sal de manera artesanal.

Según cuenta Érika, muchos de sus vecinos trabajan en la elaboración de ladrillos de sal a los que luego se les da distintos usos como alimentación de animales, conservación de temperatura o para la construcción. Ella se ocupa del turismo y hace artesanías. En los últimos años destina gran parte de sus días a pelear por defender sus tierras y rechazar la extracción del litio por parte de las mineras.

Salinas Grandes es un desierto blanco que se expande a lo largo de 12 mil hectáreas a más de 4.300 metros de altura. Es el tercer salar más importante de Sudamérica. Su origen data de un extenso período ubicado temporalmente entre 5 y 10 millones de años. El arribo de mineras es un tema que preocupa a las comunidades desde hace tiempo. En 2012 firmaron un acuerdo para impedir que se instalen. Sin embargo, ya fueron hechas las concesiones a las empresas y se estima que en un año y medio comenzará la explotación.

“No podemos permitirlo porque es comida para hoy y hambre para mañana. Somos de acá, elegimos este lugar, no queremos vivir en las ciudades. Muchos jóvenes van a estudiar a otros lados y luego regresan porque están sus raíces y no olvidan a sus pueblos. Se toman decisiones sin consultar ni atender nuestras demandas. Somos muchas comunidades organizadas y que resisten”.

Para Érika, su tierra es su identidad. “La naturaleza es parte de nuestra vida. Es la que nos sustenta, es un lugar sagrado que tiene que perdurar hasta que así la Pacha lo decida. Es nuestro silencio y nuestra música, es nuestra cultura y nuestra historia. Si llegan las mineras sabemos que arrasan con todo y de eso ya muchas otras comunidades dan testimonio. No queremos que nos pase lo mismo”, asegura.

La joven participa de las diversas manifestaciones que se vienen realizando. Está presente en las protestas, en la difusión de la problemática mediante charlas o volanteadas, en las decisiones de las asambleas. No quiere abandonar su lugar. Es que allí también viven sus hermanos, sus sobrinos, sus amigos. “Esto es la Puna, si en otros lugares tardaron 30 años en secar ríos, acá no queda agua en 15. Somos pacíficos, pedimos sólo que nos den lo que nos corresponde. Hace años que reclamamos por un ordenamiento territorial que nunca se termina de concretar. Y está claro por qué eso sucede, hay muchos intereses en nuestras tierras. Hoy nos quieren silenciar con represión, pero somos muchos y sobre todo los jóvenes los que vamos a seguir peleando”, señala.

Tanto Guillermina como Érika advierten que lo que se pierde no se recupera. Como tejedoras de una red de lucha, Guillermina sigue de cerca las protestas que se vienen dando en Jujuy y refiere a la problemática en sus redes sociales y en la actividad que desarrolla como referente de su comunidad. Érika sabe lo que significó la explotación minera y sus consecuencias en el noreste de Catamarca y acompaña a su pueblo.

En medio de las tensiones, Argentina se posiciona como uno de los principales productores de litio a nivel mundial, superado únicamente por Australia, Chile y China. Produce alrededor de 33 mil toneladas métricas al año.