El tiempo no descansa. Se divierte a nuestra costa y juega con su lápiz, trazándonos ansiedades y arrugas. Se hace historia pero no retrocede.

El tiempo se mueve, mientras se apropia del pasado y nos engaña, distorsionando los recuerdos. Se introduce en los pensamientos que tuvimos, pero no nos juzga, simplemente los contempla y sabe.

Conoce todas las lenguas, quietas e inquietas, todas las bibliotecas y todos los libros. Reconoce a los muertos y aguarda por los que vienen. Atiborrado de lo añejo y las nostalgias se hace amo del futuro.

El tiempo no se esconde, pero no está a la vista, ni al tacto. No es analógico, ni digital. Es indiferente a nuestras demoras, nuestras esperas y nuestros apuros.

Y, en ese instante que reiteramos que no tenemos tiempo, decimos la verdad, porque él nos tiene, él es el dueño de nosotros.