La Revolución de Mayo de 1810 reverbera en la historia argentina como un eco de valentía y determinación. Por aquellos días un grupo de patriotas de Buenos Aires, que era parte del Virreinato del Río de la Plata, anhelaban y conspiraban por la libertad. Las posiciones entre realistas y patriotas se volvían irreconciliables, y las incipientes fuerzas militares criollas, lideradas por el histórico Regimiento de Patricios bajo el mando de Cornelio Saavedra y otros líderes políticos y militares, se preparaban para cambiar el curso de los acontecimientos.

En esos días, la actual Plaza de Mayo se convirtió en el escenario donde el pueblo de Buenos Aires se congregó, ansioso y expectante, para ser testigo de la historia en marcha. La destitución del virrey Cisneros y la formación de la Primera Junta fueron actos revolucionarios que reflejaron el deseo de un gobierno propio y los primeros pasos hacia la emancipación.

Este proceso histórico no fue un suceso repentino que debía sorprender a un sujeto medianamente pensador. El sistema inquisitorial de la política del gabinete cortesano que se extendía a las colonias, las trabas que imponía al avance de la clase criolla, a la industria y a la cultura, el monopolio tan escandaloso del comercio peninsular y la postergación general y descarada que sufrían los americanos eran causas que se quejaban en voz muy alta. Se murmuraba con acrimonia y se manifestaban síntomas de una revolución en ciernes, que por supuesto como suele ocurrir en momentos de ebullición en la historia de los pueblos, las clases dirigentes españolas no alcanzaban a dilucidar y que haría eclosión en la famosa Semana de Mayo previa al 25.

El germen de la revolución venía fraguándose años antes, incluso desde la época de las invasiones inglesas. En muchos casos, impulsada por sucesos que se dieron en diferentes pueblos de América entre 1808 y 1810, hasta llegar al 25 de mayo, considerada como una de las fechas más importantes de la historia argentina.

Ese día dio inicio al corolario de un proceso que había comenzado tiempo antes, que se denominó Revolución de Mayo y que derivaría años después en la Declaración de Independencia el 9 de Julio de 1816. Así, aquel 25 de Mayo se concretó un levantamiento popular propiciado por la “parte principal y más sana del vecindario”, que finalmente reemplazó al virrey por una Junta de Gobierno.

Días vertiginosos sin duda, donde se destacaron los líderes políticos de la época, como Manuel Belgrano, Juan José Castelli y Mariano Moreno, entre otros. Belgrano, quizás uno de los más destacados intelectuales de la época y una de las mentes brillantes del momento. Abogado, economista, periodista, político y militar, fue uno de los principales dirigentes de este proceso histórico, con su pluma y su espada. Nos dejó un mensaje claro: la educación es el instrumento de progreso y las ideas deben defenderse con la coherencia de la palabra y la acción.

En su intensa labor antes y durante la revolución propició una gran cantidad de reformas y la fundación de diversas instituciones. La Escuela de Náutica, fundada por Belgrano en 1799, fue la primera institución de enseñanza estrictamente científica del país, impulsando además la formación en matemáticas, arquitectura, comercio. También creó las primeras escuelas de enseñanza primaria para niñas. Luego continuó en sus expediciones militares hacia el litoral y norte del país, en términos de hoy diríamos que propició la fundación de establecimientos educativos en diversos niveles académicos que tenían el claro objetivo del desarrollo de estas provincias.

"Todas las naciones cultas se han apresurado a establecer sociedades, academias, etc., y éstas a publicar sus memorias, actas, transacciones diarias y otras semejantes colecciones, para que lleguen a noticia de todos, pues de nada servirían los descubrimientos, serían un tesoro ocioso, si los ignoraban los poseedores de las tierras y no penetrasen hasta los labradores, los comerciantes y artistas", decía Belgrano en su afán de formar ciudadanos conscientes y críticos.

Además creía que la educación era la base de una sociedad libre y justa. Hoy, más que nunca, debemos seguir su ejemplo y valorar la educación como un derecho fundamental y un servicio esencial para el desarrollo, que el estado debe asegurar.

Así el legado de la Revolución de Mayo trasciende las páginas de los libros de historia. Fue un punto de partida, un faro que iluminó el camino hacia la independencia. Los valores de libertad, equidad y justicia que surgieron en aquellos días siguen resonando en nuestra sociedad actual, y guarda en su desarrollo un mensaje, especialmente para las nuevas generaciones, recordando que la libertad no es sólo un concepto abstracto, sino una responsabilidad que debemos proteger y cultivar.

La lucha por la libertad e independencia es mucho más que un episodio lejano de nuestra historia, es una llama que arde en el corazón de cada argentino. Las generaciones actuales son herederos de esa pasión y compromiso de mantener viva esa llama, defender los derechos, obligaciones y libertades para trabajar por un país donde todos tengamos igualdad de oportunidades para desarrollarnos y vivir mejor. 

En resumen, la Revolución de Mayo nos desafía a ser protagonistas de nuestra historia. Hoy, tenemos la oportunidad de forjar un futuro basado en valores como la libertad, la justicia y la igualdad de derechos. Honremos a nuestros héroes y construyamos una Argentina más fuerte y unida. ¡Adelante argentinos, “a las cosas, a las cosas”!