Hay un grito en el pelo, en los poros que se abren buscando el aire que los pulmones no tienen.

Hay un grito en los brazos, en los callos blandos de las manos del niño que trabaja, de la niña que cosecha, de los pies que se agrietan.

Hay un grito en las arrugas, en los temblores, en los músculos desflecados. Brota lento, se desliza desde hace años.

Hay un grito en las vaginas de la trata, en el ojo que no ve, en las palabras que no salen, en los oídos cerrados, en las piernas rígidas, en los pensamientos que se extravían, en la enfermedad inexplicable, en el corazón, al que las burlas le apuntan y aciertan.

Hay un grito. El de la angustia. Es estridente y mudo. Dormido e insomne. Solitario y replicado en tanta gente sola.

Alguna vez escuchamos ese grito. Alguna vez somos ese grito.