La ausencia es ambiciosa. Sin ser vista se apropia de lugares, de recuerdos, de gestos, de perfumes. 

La ausencia se adueña de las palabras dichas y, en un conjuro, cada vez que se pronuncia una de esas palabras, la ausencia es invocada. 

La ausencia no sabe, ni quiere, esconderse. No pasa desapercibida. No la detienen las puertas, ni el espacio, ni las paredes, ni el tiempo. 

Mientras no hay olvido, nunca lo hay, ausencia y presencia son gemelas. 

La ausencia tiene nombre.