Ella no está recordando. La luz de antes, del cuerpo antiguo, tiembla, insinuando la oscuridad.

No. Ella no está recordando. Las historias, fijadas durante años, pierden letras, gestos, risas y sollozos. Ella mira, pero lo que ve nunca ocurrió de ese modo, ni en esa fecha, ni en esa edad.

La memoria gotea nombres incompletos, sucesos irreales, lugares desconocidos. Los que se fueron toman las caras de los que están y, los que estamos, intentamos comprender que ella no está recordando, mientras los últimos granos de arena aguardan su turno para caer en el reloj.

Ella, que no está recordando, se va a dormir. No lo sabemos, pero, quizás, en los sueños, en el del reposo y en el de la eternidad, vuelvan a reunirse los rostros y sus nombres y los sentimientos se encarnen ordenados, con propiedad, por la talla del amor.

Tal vez en el sueño, en el fugaz, en el infinito, se suelte el alma y encuentre, a su vuelo, lo que nunca se pierde, a los que nunca se pierden.