Son iguales. Los labios del odio y los del amor son iguales. Pueden hablar el mismo idioma, temblar ante igual frío y saborear los mismos frutos. El beso de la traición y el del afecto son réplicas.

Son iguales. Los ojos del odio y los del amor son iguales. Contemplan idénticos colores, paisajes, figuras. Las lágrimas de la aversión y las del cariño tienen consistencias parejas.

Son iguales. Las manos del odio y las del amor son iguales. Las quema el mismo fuego, les brotan las mismas callosidades de las comunes herramientas, aplauden palma con palma.

Son iguales. Los dedos, el corazón, las rodillas, el cerebro. Todo lo físico del odio y del amor es igual.

No son iguales. Las concepciones del odio y las del amor son diferentes. El odio nace de nuestros miedos, por eso ignora, no se reconoce y no reconoce al otro. Anula, aleja y tala.

El amor brota de nuestra confianza, por eso registra, acerca y crece. Germina la vida. El odio y el amor, con su presencia o ausencia, me dicen quién soy. Ni el odio ni el amor están afuera.