Piezas en el borde
Los bordes nos limitan pero también nos contienen. No son rectos, poseen curvas, contracurvas, se cruzan, provocan encuentros y, en ocasiones, los impiden.
Nuestros bordes pueden ser caprichosos, a veces intuitivos por protección, para ellos un no es no. Pueden ser generosos, ficticios, inmovilizantes. A menudo tienen el mandato de depender de nosotros. Los corremos, los cortamos, los salteamos.
Los bordes nos dan contorno. Delinean nuestra silueta, el alcance de nuestra mano, la profundidad de nuestros pensamientos, la velocidad de nuestras acciones, dibujan nuestro carácter.
Hay bordes custodiados por guardias agresivos, otros son líneas trazadas en tinta invisible. Dependen de nuestros estados de ánimo, de nuestras tradiciones y de nuestra historia, pero también pueden ser desbordados en sus puntos débiles.
Pueden terminar en el abismo, en la orilla de un río calmo, en el abrazo fundido con otros bordes.
Los bordes, en sus trazos, nos convierten en piezas de un rompecabezas. Tenemos un lugar al que vamos, sabiendo que fuera de los bordes esperan los marginados.