Estás. Hurgamos en los párrafos pensados del discurso conveniente y ahí estás. Como en las cifras precisas de las estadísticas, de las encuestas y los censos. Los números nunca tendrán nombre.

Estás en los golpes indignados sobre las mesas del hambre, en las silenciosas cabezas gachas de las filas de las iglesias. En el descanso y el único derecho que se te otorga, el de piso, el de vereda.

Estás agendada, tenés fecha y hora para la próxima foto del descaro. En las estampitas apoyadas en los parabrisas por sorpresa. Estás en los cajeros automáticos al calor del dinero ajeno haciendo el sueño sin sueños.

Estás en nuestras buenas intenciones, en nuestras vergüenzas, en las oraciones pulidas, en la remera de hace años que alguna vez fue propia.

Estás al costado y no queremos reconocerte, no sea que nos alcances. Estás atrás, bien atrás y abajo, bien abajo. Estás, crecés, te multiplicás, tanto que pasás desapercibida. La repetición es la fórmula de la invisibilidad.

Estás en estas palabras que no te nombran pero también te usan y estás en las listas de espera, esas en las que no te anotaron.